
En aquellos tiempos yo pertenecía al banco de peces vanidosos. Un puñado de presumidos que nos considerábamos "los perfectos" y nos sentíamos con derecho a opinar sobre los modos de nadar de los demás. Por suerte rectifiqué a tiempo. Justo cuando me sacaban el anzuelo de la boca y me di cuenta de que mis elecciones no habían sido las mejores. La humildad me llegó de golpe cuando me estrellé contra el fondo del balde de aquel pescador, junto a los cadáveres de otros engreídos como yo.