Llevaba tanto tiempo corriendo que ya no recordaba dónde se encontraba la meta. Cuando giró a lo lejos pudo ver algo que se la recordaba, era el final de un camino de prisas, estrés, comidas rápidas y de pie, duchas en 3 minutos para llegar, tiempos robados a la maternidad, a la vida, a las amistades. Un sendero repleto de no puedo esto, no puedo lo otro, no me da tiempo de aquello, no, no, no…
Ahora que la veía, aún a lo lejos, no pudo evitar reparar en todo lo que había sacrificado por el camino y su mochila se hizo más grande y más pesada. Cargaba horas de sufrimiento, llantos de frustración, impotencia y dolor. En ese momento flaqueó e hincó una rodilla en el suelo, eran muchas las heridas que sangraban, ya casi no tenía energía.
Entonces levantó la cabeza y volvió a mirarla. Allí a lo lejos la esperaba ¿Sería capaz?
Entonces levantó la cabeza y volvió a mirarla. Allí a lo lejos la esperaba ¿Sería capaz?
Sacrificar la vida por una meta en la vida es un elevado precio, estoy de acuerdo.
ResponderEliminarNunca es tarde si se sabe donde ir.
Me ha gustado tu reflexión, resulta esperanzadora.
Un abrazo
Si! si!! si!! Llegará!!
ResponderEliminarAbrazos
A veces hay que parar, mirar atrás, poner rodilla en tierra para luego coger carrerilla de nuevo
ResponderEliminarSaludillos
Pues claro que sí, RELATA...
ResponderEliminarMientras hay vida, hay esperanza.
Salu2.
La vida es el recorrido... a veces largo y hay que ir muy deprisa, pero luego se puede parar y reflexionar, hincar la rodilla en el suelo, y respirar profundamente, darse cuenta del brillo del cielo, el azul del mar, el colorido del arco-iris, el sueño de una niña que duerme, y la sonrisa de la amistad. Queda poquito y sí, tu puedes!
ResponderEliminarAbrazo
Gracias a todos y todas por los comentarios. Es grato leerles. A seguir aunque con un ala rota.
ResponderEliminarBesitos.