Resbaló por su mejilla para enredarse en la comisura derecha de sus labios. Allí se quedó jugueteando con las nuevas texturas que le ofrecía esta frontera que estaba a punto de cruzar.
Exploró sus labios y tocó a la puerta de su alma cuando saboreó su interior con la sublime inconsciencia que dan los besos.
En un arrebato siguió su camino mordiendo con inusitada voracidad barbilla y cuello.
Cuando se hubo saciado prosiguió su andadura por la mejilla opuesta desviándose suavemente. Allí, tras su oreja se quedó a vivir, respirando el aroma que manaba de su piel fresca.