No perdono las mentiras y menos ser yo la tinta con la que las
escribes.
No perdono la cobardía. Mi flor no hiere. Dime que no es mi
perfume el que deseas y me plegaré.
No perdono el miedo a querer. Yo muero cada vez que caigo rendida en tu mirada, ahogada en tus ojos en los que nado y no encuentro orillas. Aún así salto al vacío una y otra vez.
No perdono tu ceguera, ¿no me ves? Estoy frente a ti, desnuda y temblando.
¿Perdonar la duda?
Trato de perdonármela a mi.
Te perdono cuando pasas y no me ves. ¿Por qué te perdono?
Te perdono tu miedo a querer, porque permanecí agazapada hasta
que pude levantarme sabiendo lo que quiero.
Te perdono la cobardía, porque es tu forma de calibrar la vida.
Te perdono las mentiras, yo también las digo y las escribo
sujetando tu pluma, sobre mi propia vida.