Cuando lo miró una leve punzada se instaló en la boca de su
estómago. Se acercó despacio y lo tomó entre sus manos, agarrándolo con suavidad. Pasó con delicadeza su nariz por él. Sólo ella era capaz de distinguir ese olor que tanto le gustaba y que asociaba con el verano. No con poca tristeza buscó las fuerzas, dio media vuelta, cerró la
puerta y lo dejó allí, colgado. Su vestido favorito esperaría algunos meses
antes de volver a rozar su piel. El otoño había llegado.