Solía pasar por allí a menudo. Cuidaba su rebaño de cabras y lo subía a la Dehesa , lugar de pastoreo en épocas estivales, cuando llegaban las zafras de la miseria. Cada día se paraba delante de ella y se entretenía mirando los recovecos de sus maderas, curtidas por el sol y los alisios que allí soplaban con una ferocidad sin límites. Aquel día, cuando se acercó a ella para despedirse, tocó su tronco áspero y la escuchó por primera vez. Sabina le susurró su secreto y cayó agotada por el peso de tantos años guardándolo en su interior.
Sabinas y secretos, siempre unidos...
ResponderEliminarAbrazos sabinosos
Te quedó un relato muy sintoísta. Me gustó.
ResponderEliminarY se derramó toda la cer...digo, la resina.
ResponderEliminarEn serio; es hermoso este micro. Debe ser más difícil guardar un secreto que liberarlo.
De pequeño me tocó hacer un trabajo sobre un árbol, y elegí la sabina. Tu relato me lo ha recordado. Estupendo.
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