En la mano desnuda sostengo mi llave. Con ella viajo y pruebo pasar por alguna puerta, pero no todas se abren.
Estoy tratando de entrar en un cerrojo y aunque lo hago despacito y voy tocando sus mecanismos, aun no doy vueltas en su interior.
No me desespero, porque se que si la puerta no se abre es que éste no es mi picaporte y no debía pasar por su umbral, como ha ocurrido en otras ocasiones.
Sé que para que una llave abra una puerta debe existir armonía entre ellas. De no haberla sólo se escucharían chirridos desagradables y al final terminarían dañadas ambas.
También sé que es imposible pasar adentro cuando hay otra llave ocupando la cerradura. Alguna vez lo intenté. El espacio es limitado, cada una debe buscar encajar con lo más profundo de su propia puerta.
Pero lo más importante es que la llave no puede fundirse con el cerrojo, sólo bailar con él. Pongo música y empiezo a danzar. Te toca decidir si me dejas pasar.